06 mayo, 2009

Trescientos años después, la Décima Musa vive!!!!

En pleno siglo XVII, cuando las alabanzas, los honores, el estudio y el triunfo de las letras eran sólo cosa de hombres, cierta mujer tomó su pluma y escribió: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Y con estas palabras, dejó descubierta la doble moral que caracterizaba a la sociedad mexicana de la época.

Este es uno de los versos más famosos de la poetisa que, debido a su brillante ingenio y su papel fundamental en el nacimiento de la identidad mexicana, fue llamada posteriormente el Fénix de México y la Décima Musa: Sor Juana Inés de la Cruz.



Nacida en Nepantla, el 12 de noviembre de 1651, en un mundo dominado por el sexo masculino, Juana Inés de Asbaje y Ramírez no pudo contenerse el día en que su hermana mayor debía aprender a leer.

Con tan sólo tres años de edad, sus ansias de saber eran tales que le impulsaron a mentir: dijo a la maestra que su madre ordenaba que también le enseñara a ella. Para cuando su madre se enteró de tal mentira, la lectura ya no era un problema para Juana Inés.

Su sed por aprender, su capacidad autodidacta, su inteligencia y su natural talento para versificar sin esfuerzo se convirtieron en las principales características de su genio, el cual dejaría boquiabiertos a virreyes, científicos y cortesanos.

Hombres y mujeres de sociedad buscarían su compañía aún dentro del claustro en el que posteriormente se refugiaría con sus estudios.

Desde niña, no había otra cosa que le importara más que aprender. A los siete años rogó a su madre que le permitiera vestirse de hombre para acudir a la Universidad de México. Al no obtener la aprobación de su familia, Juana Inés tomó cuanto libro pudo de la biblioteca de su abuelo, sin que hubiera castigos o reprensiones que lo impidieran.

Su disciplina de estudios aumentó con los años: durante su juventud, solía cortarse el cabello en caso de fracasar en el aprendizaje de algún conocimiento. Como ella misma confesaría en su prosa, no le parecía correcto “que estuviese vestida de cabellos, cabeza que estaba tan desnuda de noticias”.

Para cuando se mudó a la Ciudad de México en 1660, a una edad en la parecía que apenas había tenido tiempo para aprender a hablar, Juana Inés deslumbró a las altas esferas sociales con sus conocimientos y memoria. A los trece años fue llamada a la corte virreinal de los marqueses de Mancera, bajo el título de “muy querida de la Señora Virreina”.

Fue dentro de la vida cortesana en donde recibió más honores y en donde fue más admirada, tanto por su ingenio, su discreción, su sabiduría y su hermosura. Debido su natural inclinación para versificar (sus biógrafos dicen que incluso se esforzaba para no hablar en verso), sus seguidores le hacen las primeras peticiones de poemas. Sus estrofas viajarían de boca en boca y consolidarían su fama en todo el país.

Es en sus versos en donde deja ver su ingenio y su gran sensibilidad. A pesar de estar situados dentro de la corriente barroca, caracterizada por la exagerada ornamentación, los poemas de Sor Juana transmitían sus pensamientos de forma clara y natural, combinando conocimientos de múltiples disciplinas.

Los temas abordados en su obra literaria se pueden dividir en dos: temas profanos y temas religiosos. Sus palabras se caracterizarían por hacer constantes referencias a la historia y mitología clásica, así como por el uso del latín.

Aunque poco se sabe de su vida amorosa, y aún cuando posteriormente decidió emitir votos religiosos, dentro de sus escritos abordó constantemente el tema del amor y de las relaciones interpersonales.

Su gran sabiduría para reflexionar sobre el corazón y la naturaleza humana la llevarían a escribir versos como: “Deténte, sombra de mi bien esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo”.

Además de sus múltiples sonetos, romances y redondillas de corte filosófico, amoroso e histórico-mitológicos, en su obra literaria se destacan tres Autos-Sacramentales, dieciséis juegos de Villancicos, tres canciones en forma de Liras, y dos Comedias: “Amor es más laberinto” y “Los Empeños de una Casa”, dentro de la cual se dice que se plasmó a sí misma en el personaje de Leonor.

No tenía ni 16 años, cuando Juana Inés decidió ingresar al convento de San José de las Carmelitas descalzas. Ella misma explicó sus motivos años después: “Entréme religiosa porque, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”.

No obstante, Juana Inés se vio obligada a volver a la corte virreinal al cabo de poco tiempo, debido a que el modo de vida tan rígido de las seguidoras de Teresa de Jesús fue demasiado para su débil constitución. Y fue en este periodo de recuperación en donde el Virrey decidió poner a prueba sus conocimientos.

Tan admirado estaba el marqués de Mancera de la inteligencia de su protegida, que cierto día convocó al palacio a 40 de los hombres más doctos de la Nueva España, a fin de que le hicieran un examen general. Por horas enteras, cada uno de los examinadores, especialistas en distintas disciplinas, cuestionaron a Juana Inés sobre los temas más intrincados.

Años después de la muerte de la poetisa, el marqués de Mancera revelaría que Juana Inés respondió a las preguntas tal como un “Galeón Real se defendería de las pocas chalupas que lo embistieran”.

No pasó mucho tiempo antes de que Juana Inés ingresara de forma definitiva al convento de San Jerónimo, en busca del silencio necesario para continuar con su pasión: estudiar y escribir. Sin embargo, aún lidió con varios obstáculos para satisfacer su sed de conocimientos: obligaciones cotidianas, las dificultades de aprender de un libro mudo y, sobre todo, las críticas.

Sor Juana fue admirada y criticada al mismo tiempo. En el siglo XVII, el estudio era asunto de hombres, así que una mujer culta y sabia causaba revuelo en las opiniones más conservadoras. Sor Juana hizo alusión a estas críticas en sus versos: “En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?, ¿en qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?”.

No faltó quien la quisiera reprender, y fue gracias a una de estas críticas que Sor Juana escribe uno de los documentos más significativos de toda su obra, por ser una autobiografía: “Respuesta a Sor Filotea”.

A petición de una personalidad eclesiástica, y tan sólo para la lectura de ésta, Sor Juana escribe una crítica de los sermones de uno de los predicadores más importantes de la época: el padre Antonio Vieira. El documento, titulado “Crisis de un sermón”, llegó, no obstante, a manos de Manuel Fernández de Santa Cruz, entonces obispo de Puebla.

Gran sorpresa se llevó Sor Juana cuando vio publicado su texto bajo el título de “Carta Athenagórica”, seguido de un escrito firmado con el pseudónimo de “Sor Filotea”, bajo el cual Fernández de Santa Cruz respondía a las críticas de la religiosa.

En su escrito, el obispo de Puebla felicita a Sor Juana por su forma tan ingeniosa y brillante de argumentar llena de conocimientos; sin embargo, la reprende por estar inmersa en asuntos terrenales y descuidar los asuntos espirituales. Poco tiempo después, la poetisa toma la pluma aguda que siempre le caracterizó y responde a su contrincante.

En “Respuesta a Sor Filotea”, Sor Juana Inés de la Cruz responde al obispo con un texto respetuoso y lleno de ironía, en el cual critica la reducción de los estudios al sexo masculino, y argumenta los beneficios de la instrucción en las mujeres, tanto de conocimientos científicos como de las Sagradas Escrituras.

Asimismo, describe con sus propias palabras las dificultades que tuvo que sortear en su vida para aprender, así como las razones de su interés por los libros: “Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar, que fuera en mí desmedida soberbia, sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos”.

De acuerdo con sus biógrafos, Sor Juana Inés de la Cruz fue una santa en sus últimos años. Dejó su vocación para atender a aquellos afectados por la peste de finales del siglo XVII: donó su biblioteca de cuatro mil volúmenes para ayudar a la causa, y dejó a un lado la escritura.

Finalmente falleció el día 17 de abril de 1695, dejando atrás el frío retrato por el que es famosa, cuya imagen, de acuerdo con ella, “es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.

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