26 febrero, 2010

¿Qué hacer para que el amor perdure?



Raúl Espinoza Aguilera
Yo influyo...

Pienso que el amor en el matrimonio es como una plantita que se debe de regar todos los días con la finalidad de mantener viva la ilusión de querer cada día más al cónyuge y a los hijos, con sus virtudes y defectos.
Para ello, es importante vivir los detalles pequeños en la convivencia cotidiana que cristalicen o manifiesten ese verdadero amor, con la misma paciencia y atención que tiene un agricultor con su sembradío, que está muy al pendiente si hace falta fertilizante, agua o combatir una determinada plaga, y actúa de inmediato si surge alguna dificultad.
Pienso, también, que el matrimonio debe conllevar todos esos cuidados para que el amor nunca muera, se apague o se amargue.
Una señora vecina me comentaba cierto día:
–Cuando estábamos de novios, mi esposo Juan Ramón tenía infinidad de detalles de delicadeza conmigo: me abría la puerta del coche, me acercaba la silla cuando me iba a sentar, me invitaba a cenar taquitos de carne al pastor (que tanto me gustan), luego, íbamos al cine.
Y continuaba:
–Con frecuencia me traía flores o algún regalo, como chocolates, dulces, etcétera. ¡Pero a partir del día en que me casé se acabaron todos esos detalles de cariño! –comentaba con dolor y pena–.
Para que el amor no pierda su lozanía, los esposos deben hacer un esfuerzo por mantener los mismos detalles que cuando eran novios, o quizá más, porque con los años se ha incrementado ese trato y cariño. Hay que evitar todo tipo de costumbres o dejar que se enfríe el afecto hacia el otro cónyuge o hacia los hijos.
Mi amigo Elías lleva 16 años de casado con Silvia. Tienen cinco hijos en edad escolar. En cierta ocasión me decía:
–He llegado a la conclusión de que si nos descuidamos mi esposa y yo, podemos ir perdiendo esa intimidad, ese trato afectuoso. Se lo he planteado a Silvia y ella piensa lo mismo. Así que hemos decidido separar un día por la noche para ir a cenar, al teatro, al cine y platicar de nuestras cosas.
También añadía:
–Una vez al año hacemos nuestra “luna de miel”, vacacionando en alguna playa. Por mi cuenta, he tomado la determinación de que, de igual forma, me acompañe en mis viajes de negocios a diversas ciudades de la república.
Y concluía de este modo:
–Me hace mucha compañía y su presencia me ayuda a evitar cualquier posible tentación. ¡Ha sido un descubrimiento maravilloso! Nos hemos puesto como lema: ¡Permanecer siempre de novios!
Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos en Navojoa, de vez en cuando, mientras estábamos conversando en la sala, mi abuelo esbozaba una sonrisa y me decía:
–¡Si supieras cuánto quiero a tu abuela Rosita! Ha sido siempre muy fiel, trabajadora, responsable, muy dedicada a educar a los hijos, y a mí siempre me ha atendido con mucho cariño… por eso la quiero tanto…

–Ay, Alejo, no empieces con esas cosas –decía apenada mi abuela–.
Y mi abuelo respondía:
–Tenemos más de 50 años de casados y si no es ahora, ¿cuándo quieres que te lo diga?
Y me insistía:
–¡Ha sido el gran amor de mi vida!
Para ese entonces ya mi abuelita estaba sonrojada, pero –en el fondo– le encantaba que mi abuelo le dijera todo eso.
En contraste, pienso en la queja de una señora ya mayor, que decía un día:
–Yo no sé si mi marido realmente me quiere porque, desde que éramos novios, nunca más me lo ha dicho.
En cierta ocasión, le reclamó directamente a su esposo. Él le contestó secamente:
–¿No te traigo el dinero quincena tras quincena? ¿No te llevo una vez al año de vacaciones? ¿No te llevo al doctor cuando te enfermas? ¿No te invito a comer a restaurantes algunos domingos? ¿Qué más quieres?
Lo único que quería esa señora era que su marido le externara –al menos de vez en cuando– que la amaba; eso era todo.
Y es que en ciertos ambientes, se ha introducido un cierto pudor o “machismo” de considerar una especie de debilidad, poco varonil, que un esposo le diga a su mujer que la ama y se lo repita con frecuencia.
El popular cantante Frank Sinatra y su hija Nancy hicieron célebre aquella melodía titulada “Algo tonto”. En esa canción se exponía que muchas veces los enamorados no podrán estar suficiente inspirados para pronunciar hermosos y bellos discursos o poemas de amor, sino frases tan simples como: “Te quiero”, “Te adoro”… ¡Pero con esas expresiones tan sencillas se suelen transmitir los más profundos sentimientos y es un modo práctico de volver a encender la llama del amor!
Y es que los hombres no somos únicamente “animales racionales”, como decía el filósofo Aristóteles, sino que también tenemos sentimientos y éstos hay que saber emplearlos y manifestarlos con oportunidad. No es humano pasarse la vida en actitud rígida, envarada, o con los sentimientos como encorsetados.
Tampoco pretendo decir que hemos de ser “sentimentalistas” porque eso sería un defecto. Pero en toda relación humana debe haber un equilibrio entre esos ricos componentes que integran la personalidad.
Me encanta la anécdota que se cuenta de Bismarck. Estaba casado con una mujer procedente de un modesto pueblo de Alemania y ella no pertenecía a la aristocracia. Bismarck viajaba con mucha frecuencia y se entrevistaba con importantes personalidades, de ambos sexos, del mundo de la política, de la realeza, de la diplomacia, de la cultura…
En muchas ocasiones, ella no podía acompañarle en esos viajes. Un día ella le externó, por carta, un temor que tenía:
–“¿No te olvidarás de mí que soy una provincianita, en medio de tus princesas y tus embajadoras?”.
Él le respondió de modo contundente:
–“¿Olvidas que me he desposado contigo para amarte?”.
Es decir, Bismarck no le dijo que se había casado con ella porque la amaba cuando eran novios o de recién casados, sino que le comunicó lo que pensaba sobre esa unión matrimonial, en el tiempo presente y mirando hacia el futuro: “Me he casado contigo para amarte por siempre”.
El amor debe ser una decisión para toda la vida. Al formar un hogar y una familia se consolida una comunidad de vida en la que los esposos se comunican los anhelos, las ilusiones, los ideales, la totalidad del ser y la existencia.
No caben las desconfianzas, ni los recelos, ni la tendencia a realizar una vida aparte de la familia y de los hijos. ¡Cuántas supuestas “autonomías de vida” han terminado en infidelidades conyugales!
Tampoco se debe de dar cabida a los resentimientos y rencores. Todos tenemos defectos y equivocaciones. Todos podemos pasar por un mal rato por nuestro carácter, estado de ánimo, o provocado por alguna dificultad en el trabajo, por una enfermedad o determinado achaque.

Por ello, es fundamental saber siempre perdonar al cónyuge o al hijo; saber comprender las situaciones por las que están pasando; saber disculpar los errores de los demás, sin hacer dramas ni ponerse trágicos.
Don Gerardo es una persona mayor, con mucha sabiduría. En cierta ocasión, me decía:
–Cuando sientas el disgusto por algún defecto de un miembro de tu familia, piensa en lo mucho que te han aguantado los demás; en su capacidad de darte cariño y comprensión para pasar por alto tus muchas equivocaciones…Y verás que, con esa perspectiva, cambiarás de actitud.
Me parece que el Día de la Familia es una buena ocasión para reflexionar sobre estos temas y sacar algún propósito concreto para buscar hacer felices a la esposa y a los hijos.

1 comentario:

  1. Es algo que hay que tener presente, el amor y la amistad es algo que se nutre día a día y que desafortunadamente se olvida.
    Qué historia tan lamentable en la que tu vecina te narra todos los bonitos detalles que tenía el esposo, lástima que no los siga cultivando, qué contraste con la historia donde tu amigo elias mantienen ese coqueteo constante, una historia digna de seguir e imitar.
    Saludos Parvati!!...

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